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Sepultados por los objetos. Día 8
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Quizás en el día a día no sea posible darse cuenta de muchas realidades que en esta situación de confinamiento las tenemos tan a mano que nos saltan tan delante que es imposible no verlas.
Quien más quien menos, está aprovechando estos días para tareas domésticas que estaban ahí retrasadas a veces sine die. Una de las más recurridas es la del orden de los armarios, esa cantidad de camisetas de hace mil años que estaban al fondo del estante; los jerséis que pensando en remendar se van arrinconando hasta que uno casi ni recuerda por qué los guardaba; esas camisas que nunca terminamos de ponernos porque no combinan, pero que tampoco sabemos qué hacer con ellas porque están nuevas para tirarlas, pero quizá demasiado usadas para donarlas; las chaquetas de hace una década con cortes y mangas que hoy no valdrían más que para fiestas de disfraces vintage; los pantalones aquellos que una vez te regalaron, pero que nunca llegaste a usar; los calcetines desparejados a la espera de que su igual regrese de la lavadora; los zapatos que se han ido llenando de polvo y que quizás ni un buen limpiado es capaz de volver a poner en circulación…
El caso es que uno no se da cuenta de la cantidad de cosas que tenemos en los armarios, tantas y tantas inútiles. Y no sólo en los armarios, en los cajones, las estanterías, los despachos, las cocinas, los pasillos, los salones… Vivimos sobresaturados de cosas. El modelo de consumo que hemos desarrollado en los últimos 75 años –grosso modo- en occidente, ha tenido la virtualidad de elevar nuestras condiciones de vida a una comodidad tecnológica sin parangón en toda la historia de la humanidad –ni los césares, ni los emperadores chinos, ni los maharajás indios, ni los reyes mesoamericanos jamás alcanzaron la calidad de vida de un simple trabajador de clase media occidental de hoy- pero a costa -da la sensación- de quedar sepultado bajo el peso de montañas de objetos algo de la humanidad más sencilla del ser humano.
Vivimos privilegiando la condición material de nuestra existencia, a costa de las verdaderas dimensiones humanas –las profundas dentro de uno, las de las relaciones con los otros desde el cuidado, la compasión y el amor fuera de uno-, y eso en un movimiento que si lo miramos globalmente nos hace unos privilegiados frente a tantas y tantas sociedades que nada tienen…pero que quizás tienen lo que a nosotros nos falta.