Abr
Libros. Día 41.
0 comentariosDía 41 de confinamiento. Jueves 23 de abril.
Hay distintas maneras de acercarse a los libros. Hoy que es el Día del Libro y en esta situación de confinamiento en el que los libros nos son tan necesarios como el aire o el comer, es día para alabar al libro sin duda ninguna.
Día tan simbólico para la literatura mundial, es celebrado internacionalmente desde los años 90, aunque parece ser que su origen es patrio -en España comenzamos a celebrarlo en los años 30-, y tiene su por qué en la memoria de la muerte de Cervantes y Shakespeare en 1616 -aunque propiamente hablando Cervantes murió el 22-. El caso es que hoy es día para libros, muchos libros. Y ya digo que hay distintas maneras de acercarse a ellos.
La más evidente es acercarse por lo que en ellos está escrito.
En la ficción, nos traen historias que nos transportan, nos hechizan, nos absorben, porque las hacemos nuestras reconociéndonos quizás en lo que viven los personajes, lo que piensan, lo que sienten. O bien historias que sin ese grado de identificación, nos atrapan por lo que cuentan, por sus historias y vicisitudes, aventuras y desventuras, acciones y tramas. Ambas maneras son una cierta forma de evasión, pero con matices: ¿cómo vamos a entender el mundo si no leemos novelas? La ficción tiene la capacidad de hacernos caer en la cuenta de cosas que por tan evidentes que son en la vida diaria, se nos pasan desapercibidas. Incluso en aquellas que parece que están muy alejadas de nuestra realidad, siempre hay claves para comprender el mundo.
El ensayo en sus múltiples variantes –desde biografías a los sesudos tratados académicos, pasando por la divulgación, la historia, el periodismo, la reflexión o los fascinantes ensayos narrativos- tiene la capacidad de hablar a nuestra inteligencia, de formarnos, comprender, estudiar, divagar, contrastar, hacernos pensar, despertar nuestra capacidad crítica, hacernos conocer más y mejor todo cuanto existe.
La belleza de la poesía –fascinante cómo es un género que ha crecido tanto en la oferta editorial en los últimos años, antes leer poesía era un placer reservado a muy pocos, y se ha generalizado de una manera maravillosa… aunque no diré yo que a veces sin discriminar calidad en sus autores…- nos abre a la segunda clave de cómo nos acercamos a los libros, que es no solo por lo que cuentan si no por cómo lo cuentan. Evocan la belleza de expresar emociones, pensamientos, sentimientos, vivencias, realidades cotidianas vistas con ojos distintos en formas de expresión en las que lo que cuenta es el cómo se dicen las cosas: la palabra y el lenguaje –con sus giros, sus cadencias, sus imágenes, sus recursos- como fuente de belleza fascinante.
Pero no sólo nos acercamos a los libros por lo que está escrito en ello. El libro es en sí mismo un objeto que evoca y genera emociones. En Japón hay un término para esas personas que adquieren libros incluso sin la voluntad de leerlos, o por mejor decir, sabiendo que no los leerán, pero en un irrefrenable empuje a tenerlos, son los tsundokus. Aquí tenemos términos como bibliófilo o bibliómano, pero todos hablan de la misma idea, la de considerar a los libros como mucho más que objetos, casi como símbolos. Símbolos de cultura, civilización, saber, conocimiento, experiencia. Símbolo de todo cuanto un ser humano puede aspirar. Símbolo de todo lo que supone lo mejor de una cultura –la Europea, la del Occidente- en un solo objeto.
Los libros nos ofrecen en sí mismos un tiempo de calidad y densidad diferente, un tiempo “adecuado” donde se detiene todo lo que existe para que cobre vida el papel. Tiempo detenido aunque corra, tiempo que corre de otro modo, en otra calidad, en otra experiencia.
El comienzo del Evangelio de Juan dice que el Verbo, la palabra, el logos, se hizo carne. Y como creyentes asumimos que ese Verbo encarnado continúa, de otro modo, pero vivo, también en un libro.
Y es que el libro es la imagen perfecta de la civilización.