May
Fátima. Día 61.
1 comentariosDía 61 de confinamiento. Miércoles 13 de mayo.
Hoy es La Virgen de Fátima -seguro que más de una vez cantaron aquello de “El 13 de mayo, la Virgen María, bajó de los cielos a Cova de Iria… Ave, Ave, Ave María…”- una de las fiestas marianas de más devoción y memoria, recuerdo y afecto entre la gente.
Me vale pues como más que muy buena excusa hoy, en este confinamiento que vivimos cada día pareciera con algo más de desescalada, aunque aún sin perder la prudencia y la paciencia, para acercarme con un recuerdo cariñoso a la figura de la Virgen María, en el mes de mayo, mes mariano por antonomasia. Y un recuerdo a una de las actitudes centrales para el creyente… también en este tiempo confinados de pandemia.
María tiene la capacidad para mí de acercarnos a las sorpresas de Dios con el corazón abierto, acogiéndolas. Cuando el pueblo judío se imaginaba al mesías, lo último que se le podía pasar por la mente era que naciese pobre, en un pesebre, escondido… ellos pensaban en un rey fuerte, glorioso, poderoso… y llegó un hombre. Nada más… y nada menos. Un hombre como todos, pero muy distinto a todos. Dios, como siempre, sorprendiendo.
Siempre me ha llamado la atención de este nuestro Dios, esa capacidad de sorprender, de hacer las cosas como nadie se imagina. Y de María, nuestra Madre, la Virgen, esa capacidad de acoger esa sorpresa. Su “hágase en mí”, su fiarse libremente, su dejar que Dios fuese el protagonista de su vida, es una actitud que nos enseña cómo ante lo inesperado, acoger todo lo que venga.
María en este mayo extraño de confinamiento me habla de dejarse sorprender, de aceptar las sorpresas de Dios, de acoger a Dios desde la confianza y la fe en que es Él el que trae la vida, en que sus planes pueden ser muy distintos a los nuestros, en que seguro que será siempre su camino sorprendente y muy diferente a como lo esperábamos, pero que es ese camino el que trae la plenitud y la libertad.
María nos lanza el reto de un regreso a la normalidad que nos sorprenda, que nos abra a lo nuevo, a lo diferente, a lo desconocido. Abrirnos a la fe y a la confianza, a la conversión a los planes de Dios y no a los planes que nosotros inventemos y le demos su nombre. Nos habla de la esperanza, de colaborar con Dios en alumbrar un mundo nuevo y una nueva humanidad, pero no en nuestros esquemas, sino en los suyos, los sorprendentes… un regreso que sea dejarse hacer, sorprender, anonadar, abofetear incluso cuando las cosas no cuadren con lo que nosotros queríamos, pensábamos o esperábamos, como cuando el Mesías nació como un niño débil, desconocido y sin nada extraordinario… de María.