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Aburrimiento. Día 18
3 comentariosDía 18 de confinamiento. Martes 31 de marzo.
Decía Chesterton en una de sus más conocidas columnas de opinión, que aburrirse es casi un pecado imperdonable, y que –en puridad- no hay nada aburrido, esto es, que cualquier cosa puede ser fascinante si se tienen los ojos adecuados para verla y la disposición de ánimo correcta para mirarla.
Seguro que alguno –o muchos…- de los muy poco probables lectores de este diario de confinamiento, guardan recuerdos de larguísimas tardes de verano sin mucho que hacer, de siestas de mayores interminables, de un “mamá me aburro”, de un “no sé qué hacer”, o similares situaciones de niñez. Muchos de los pedagogos dicen que aburrirse es sano en los niños, porque despierta la imaginación y entrena la resiliencia, pero nada dicen del aburrimiento en los mayores…
Creo que esta situación de confinamiento está poniendo a prueba también nuestra resistencia al aburrimiento, pero en la perspectiva de que no somos capaces de sufrirlo ni un poquito, no nos atrevemos siquiera a rondarlo. Enseguida que nos notamos decaídos, sin imaginación para hacer cosas, o que aparece un tiempo vacío, nos hiperactivamos para rellenarlo con mil y un inventos, normalmente relacionados con el ocio de series, con internet o como mucho con el ejercicio físico… pero poco con el activarnos por dentro.
Tengo para mí que este tiempo podría ser un buen entrenamiento para el sano ejercicio del aburrimiento. Pascal decía en otra frase famosísima, que los males del hombre vienen por ser incapaz de estar sentado en una silla sin hacer nada. En un mundo hiperactivo e hiperinflado de estímulos, a veces no hacer nada, es más que sano, y este tiempo que se nos regala, a veces, nos abre –quizás a la fuerza- a no hacer nada.
Y es que el aburrimiento, y el no hacer nada, puede ser una puerta a un mundo fascinante por descubrir.